EL ARCO

Donde comienzas las encinas

El Arco

La Ribera de Cañedo se dibuja con las moreras. Me explico. Son varios los pueblos en los que estoy encontrando estos árboles de plaza y concejo, todos en la linde que separa Zamora y Salamanca. Sus edades los sitúan en los siglo XVII y XVIII pero su origen cultural es árabe, marcando la separación con el reino cristino. La morera de El Arco es coqueta y recogida, junto a la pequeña Iglesia Parroquial y la gran casa rectoral venida a menos. El rincón produce melancolía, invita a demorarse. Es un pueblo pequeño que se acerca a la rivera a través de una alta chopera, en la parte sur del pueblo. Al salir he encontrado una casa con cuatro troneras encastradas, los ventanucos por los que salen las palomas. Años atrás proporcionaría buenos pichones que llevar al plato.

Más al norte, va arrimándose a los paisajes de encina, alcornoque y quejigo. He echado mis pasos siguiendo el Regato de las Charcas, al pie de la loma llamada Punta de Navarredonda. Una pista de tierra batida me introduce en el monte. Las charcas aparecen a uno y otro lado, dando cobijo a un buen número de anfibios. Buen paseo tiene y, en su recorrido, me doy cuenta de lo que estos pueblos esconden: la autenticidad sin artificios turísticos. Otros les ganarán en estética, pero aquí la vida rural sigue viva y la estoy viviendo.

No hay que perderse: La morera de la plazuela de la Iglesia dedicada a San Félix o el obligado acercamiento al Cañedo y tratar de ver avutardas y aguiluchos cenizos, una vez que lo dejamos a la espalda. Necesario caminar hasta Zamayón, al encuentro de aves rapaces y bondades en las charcas.

Detalle curioso: La piedra de arenisca que aparece en estas tierras no iguala a la de Villamayor, pero en la Iglesia fue convertida en pila bautismal con gran maestría. Más de 400 años lleva tallada.