ALMENARA DE TORMES

Una atalaya, una apuesta por su río

Almenara

Llego al pueblo con los últimos minutos de luz. Me he arrimado directamente a su iglesia románica para ver la alquimia del sol sobre la piedra. Hay que dar una vuelta entera a esta construcción para enamorarse de la flora que tallaron los canteros: rosetas, piñas, palmetas... o esos seres alados, a medio camino entre aves y lagartos: los basiliscos.

Subo al viejo Teso del Castillo al amanecer. Las luces crepusculares son indescriptibles en estas mesetas de La Armuña Chica. Bajo estas tierras quedan los cimientos de aquella construcción y el recuerdo de la torre árabe que dio nombre al pueblo. Por fin alcanzo el Tormes. Me recibe una garza real pescando junto al puente de hierro. Creo que me voy a animar a ver sus bellezas desde una piragua.

No hay que perderse: Entrar en la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción y en la Ermita de las Batallas. Caminar hasta Juzbado por el Camino Viejo de Santa Lucía. Coger una bici en el albergue de la Fundación Tormes-EB para salir a recorrer los árboles centenarios de la Ruta de las Catedrales Vivas, o quizás una piragua. ¡Ah!...y tomar un vino en “las piscinas”.

Detalle curioso: El río lo cruza un Puente Bailey de origen militar al estilo de la 2ª Guerra Mundial. Está en activo y es buen observatorio de aves y paisajes.