ALDEARRODRIGO

Muros de piedra encadenados

Aldearrodrigo

Un tal Rodrigo, de anónimo apellido a día de hoy, debió encontrarse con el mismo crepúsculo que veo a las puertas de la aldea cuando decidió fundarla en el medievo. Rodeando el pueblo, se encadenan muros de piedra secular a lo largo de los caminos. Levantados hace tiempo, cada familia se aprovechaba del Cañedo labrando su huerta, “buenas patatas” sacaban los expertos del terruño. No puedo dejar atrás las alamedas, paseo de vecinos de antaño y, hogaño, lugar de encuentros para la mozarrá de la zona.

Calles entramadas de tejados bajos, donde mi mano alcanza las tejas elaboradas por familias barreras que, en otra época, trabajaron los tejares. Hasta San Miguel agradece la iglesia de retazos románicos y apaños medievales que hoy conservan los aldeanos. A la salida, murmullos de ganado me enfilan hacia el monte, compartido por robles y encinas que se aventuran con vacas y ovejas.

No hay que perderse: El pasacalles del día de San Miguel, en fiestas patronales, donde los vecinos estarán abiertos a recibir con un buen guiso de ternera de la zona a los visitantes. Un partido de futbito en el pabellón municipal, abierto a foráneos. Y para recuperar energía, comida castellana enfrente, en el restaurante del pueblo.

Detalle curioso: De mayordomas hablamos, el día que se celebran las Águedas. Mujeres que con fuego y merienda celebran su garra en la plaza del pueblo. Evocadas fuerzas las del burro cuando bajaba leña del monte en procesión hasta la plaza para echarla a arder. Hoy desahogadas en la potencia de la máquina.